jueves, 5 de febrero de 2009

Lapsus

La clase está vacía, ocho lámparas fluorescentes, veintiséis pupitres de aglomerado económico y veintitrés cabezas de ganado ¿pensando? al unísono.
Las ventanas son herméticas, no podemos mezclarnos con el oxígeno y los demás gases de la calle, buscan un aroma único y tantos olfatos alienados.
Las paredes dan seguridad geométrica, ningún prado aquí dentro, no podemos buscar puntos en la distancia. Además, al estar bañadas en impecable blanco europeo, nos disuaden de cambiar voluntariamente de idea.
De pronto asesinan el silencio desde la tercera fila, una carcajada sublime desafía el equilibrio, muy logrado y nada democrático. Los pescuezos se retuercen a velocidad de vértigo buscando el espectáculo.
La cámara, de alta definición, abusa del zoom a placer hasta impactar con el rostro protagonista y penetrar en su interior.
¡Acción!
Contra el objetivo negro se hace la luz, poesía del instante. Atrévete a saber.
Nace un nuevo universo a la altura del occipital, una pantalla colosal dentro de una sala de butacas granates, el salto a las dos dimensiones. Camino a la introspección se abren las ventanas y digerimos un oxígeno extraño a lo largo de los cuatro estómagos.
El genio creador se muestra modesto, sentado en una de las primeras filas destaca su cráneo brillante. En la oscuridad de la sala emergen, por un puro incandescente, figuras de humo que se elevan libres desde sus labios mudos hasta el primer pie, piel transparente y dedos fríos que inician un despliegue de formas femeninas proyectadas en la pantalla. Ellas florecen en primavera, tan triangulares que da miedo sumergirse.
Se trata de una danza de carne caprichosa ondulándose en todas direcciones, tres musas bailando sin lógica, mezclándose y dividiéndose como un proceso celular.
El creador, desde su esquina (única perspectiva), ríe con ganas dándose palmaditas en el estómago o volteando el puro alternativamente. Atrévete a crear, el superhombre mantiene el silencio frente a las tres peonzas inquietas y se deja envolver de nuevo, desde los pies hasta el cráneo (prehistórico, desnudo) por una placenta improvisada.
La pantalla toda se deshace en un mar de acuarela que inunda la sala interrumpiendo tantas sinapsis. Nuestro embrión flota de un hemisferio a otro en posición fetal y con los ojos sellados, adiós al vínculo visual, no hay focos de glamour. Vuelve a no necesitar aquel oxígeno, hay suficientes nutrientes aquí dentro, en el caldo de sabiduría materno.
Su única preocupación es desevolucinar hasta la condición de microorganismo anaerobio y mantener el ósculo abierto sin juzgar lo que entra o sale.
Una paz ciega pero efímera. Se oyen pasos serios y seguros, adornados con betún, cada vez más cercanos. Al menos se siente a salvo en su útero encefálico. ¡Mentira todo!, una fantástica bofetada atraviesa el rostro ausente de la tercera fila.
“Inútil, borra esa expresión degenerada.¿Flotas dónde?¡Baja ahora mismo!, tu mente está vacía, flatus vocis. Nunca crearás, tú no. Las nubes siempre han sido grises y la geometría exacta. Desaparece de mi vista.”

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