viernes, 6 de febrero de 2009

A la mañana siguiente tú corriste hasta el infarto y yo me vi obligada a escribir un cuento.maldita ruleta,¡deliciosa!

Lancé mis modestos zapatos al suelo de Niza. La Costa Azul es un punto de partida, no un destino.
Recorrí la ciudad en espirales convergentes hasta encontrar mi lugar. Se trata de un soporte cilíndrico de madera, en el centro del cual gira otro cilindro metálico.
Cuando llegué, mi camisa color pistacho aún no sudaba.
- Carné de identidad por favor.
Le entregué un ticket de tren, un carné de socio de biblioteca, un calendario…
Sólo quería comprobar mis antecedentes penales, algo ridículo.
Tras dos zancadas sobre la moqueta roja, un gigante señaló mi sombrero negro.
¡Me desnudé! Escondí el disfraz, gorro y gafas de sol, entre los almohadones de un sillón con estampado de flores blancas sobre fondo amarillo, que paz…
Por desgracia, mi trasero inquieto no supo perecer en esa guarida.
Exploré las instalaciones envuelto en luces que parpadeaban y sonidos de avaricia.
Frenético, ensordecedor… ¡Delicioso!

Fase Primera: Mantener perfecta calma. Observación atenta y minuciosa del espacio y sus movimientos.
- ¿Desea el señor tomar algo?
- Un ruso blanco, por favor.
No había tiempo para despedirme de las piernas que se marchaban paralelas a los más afortunados.
Centré los ojos (circulares, demasiado juntos) en las mesas de juego, distribuidas en los laterales de la sala, dejando un pasillo central para transitar con pies de plomo.
Se trata de fortalezas custodiadas por tres hombres perfectamente trajeados y supervisados por un cuarto más grueso.
Los primeros, croupiers, pertenecen de modo intrínseco al tapete, y se expresan mediante sus únicas extremidades, los rastrillos, que se desplazan como ramas bajo viento suave, ¡la elegancia personificada!
El cuarto se arruga en un taburete más elevado; piernas abiertas y ojos inmóviles.
En torno a las mesas se disponen sillas demasiado cómodas, y sobre ellas se acomoda gente demasiado humana.
Son imprescindibles los siguientes tipos de seres (¿inanimados?):
- Enfermos terminales victimas del espectáculo. La aparente quietud del centro, el aumento de velocidad conforme nos alejamos de él, la posibilidad de que se detenga en un punto al azar…
- Turistas, en su mayor parte de origen oriental. Participan de modo independiente o discutiendo mediante reunión tribal la opción a elegir.
- Gente bien parecida que pasa desapercibida en los momentos álgidos.
- Sujetos señalados para la fortuna.
- Sujetos destinados a la fatalidad. Es una buena estrategia seguir de cerca sus pasos y
apostar sumas suculentas a lo contrario que ellos escojan.
El paño es suave, aterciopelado y, en aquella, ocasión azul marino.
Los movimientos son sutiles, nadie gesticula, no cabe la duda, sería un signo de debilidad.
¿Debilidad mental? ¡Nunca!
Cuando no vas de etiqueta, es necesario escoger un punto de apoyo, alguien pudiente o sin pudor que de la impresión de elegir con cautela la jugada. Tener ansias de control es otro modo de venderse a este mundo incontrolable.
La única salida sensata es minimizar las pérdidas, el único modo de explicación, la Teoría del Caos.
Fijé tres modelos a seguir entre tantas cabezas de ganado:
Una dama japonesa de incontables años, estatua pálida envuelta en perlas y recorrida por surcos. Sus manos cadavéricas; la izquierda colmaba una torre de fichas, la derecha las desplazaba a cámara lenta bajo el peso de piedras preciosas que no supe identificar.
Otro era un hombre maduro con chaqueta a rayas (azules y blancas), el pelo espeso y los ojos vacíos. Danzaba por la sala y puntualmente participaba, siempre ganando.
El contenido creciente de sus bolsillos le hacía tambalearse al pasear por el paraíso.
El último un anciano tallado en ambición, un esqueleto con camisa de seda decorada con océanos y palmeras. La mayor parte del tiempo amasaba su cráneo y miraba mujeres u otros adornos sin precio.
Detrás, en un agujero, yo y mi piel cetrina asfixiando la razón.

Fase segunda: El trueque (tan primitivo).
Este paso es inevitable si decidiste cruzar la puerta que separa lo mundano y terrenal (comer un helado de chocolate y menta frente al mar) del paraíso (oasis de perdición).
Terminado el elixir blanco deposité el vaso en una bandeja de plata. Pequeñas gotas resbalaban sin resistencia por las paredes de vidrio, tan transparente. El sudor me recorrió la espalda, pistacho empapado de nervios.
Me apoyé en el mostrador frente a una esfinge semiautomática, le entregué mis billetes, cuidadosamente guardados, afanosamente ganados y me devolvió un puñado de plástico.
La felicidad al alcance de la mano. Un amargo placebo, ¡adoro el chocolate negro!

Fase tercera: Ritual de apareamiento.
En los casinos no se permite la entrada de animales. El trato es siempre cordial, las formas de cortesía abren cualquier puerta. Avancé entre la multitud mediante “por favor”, “me permite”, “le importaría”… ¡gracias!
Pronto formé parte del anillo de gusanos disfrazados que rodean y asfixian el baile caprichoso de la esfera de marfil.
Una silla quedó vacía, una señora huía vacía del tormento, sus manos vacías.
Ocupé su sitio, el asiento ardía, había sido recalentado por teorías matemáticas pasajeras.
A la derecha un caballero anotaba todos los movimientos en una libreta, atrás quedaron
los largos poemas.
A la izquierda un croupier vestido de blanco y negro, sujetaban el traje unos hombros anchos y una espalda hierática. Tenía la piel bronceada, lucía bigote delicado y cabello
oscuro peinado hacia atrás. Sólo le pertenecía su aspecto, podía estar orgulloso.
Hablaba con los otros dos en italiano y se permitía el lujo de reírse de nosotros.
Ellos jugaban al cricket con nuestras vidas, nosotros sólo entorpecíamos la diversión.
Se evita manejar dinero en efectivo, parecería serio. Apostando platillos volantes se consigue no pensar en nada, ¡volar alto, muy alto, sobre las nubes, lugar para un loco!
Recuerdo que un señor mostró un billete (otro más) dispuesto a cambiarlo en caja, pero “uno de esos italianos” le indicó que allí mismo podía hacerlo.
¡Qué comodidad!, sin necesidad de desplazamiento, ¿por qué poner en marcha tantos kilogramos pudiendo aparcarlos en un precipicio?
El perfecto sistema de organización occidental, qué fácil es facilitar la vida, qué difícil vivirla.
Se te permite reflexionar y/o rascarte la cabeza entre cada ronda de delirio. Al terminar, el croupier gira la ruleta con desgana y comienzan unos segundos interminables, intermitentes, donde el único sonido es el recorrido de la bola.
Ya no se oyen luces. El bullicio en torno al escenario es cine mudo, son imágenes las palabras.
¡Fin final!, la pantalla se ilumina con una o dos cifras de un color u otro, ya sea par o
impar, situada antes o después del diecinueve.
El croupier rastrilla el tapete con su extremidad firme, sonríe con una boca de excesos y mastica ilusiones, indigestión dolorosa.
Aquí termina el manual de instrucciones necesarias para disfrutar de un espacio sin
tiempo y huir de los compromisos de la vida…de allí fuera.

Fase cuarta: Mi turno.
El frenesí, el delirio sin freno, los pies volátiles y la bipolaridad.
La gravedad, fantasía oriental. Yo dúctil y maleable, yo deforme y la realidad tan lejos.
Soy una gelatina verde que fluye sin deshacerse, no pierdo la esencia, no me contienen recipientes. Destaco sólo yo en el universo de quietud.
Las únicas variables: la velocidad, el peso y el rozamiento.
Soy etéreo, frágil, soy…
- Siete rojo.
Soy un gusano más.

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